Una mañana de marzo de 1986, la entonces secretaria académica de lo que en aquel tiempo era la recién creada Coordinación de Sociología, Julia Isabel Flores, recorrió el pasillo desde su oficina ubicada en el extremo izquierdo de la Coordinación, hasta un cubículo, cerrado y sin uso, localizado al final del pasillo, en el lado opuesto. Abrió con cuidado y algo de curiosidad la puerta. Un halo de polvo la hizo toser. El cubículo estaba poblado de anaqueles atiborrados de papeles encintados, lockers atestados de carpetas viejas, tesis y libros en desorden, cajas de cartón con papeles a punto de deshacerse, etc. De pie en medio de ese caos y buscando un punto de apoyo para no caer, Julia comenzó a buscar “algo”, una señal difusa que la remitiera a una huella perdida de la memoria, un fragmento de alguna tradición intelectual que le permitiera trazar puentes entre el pasado intelectual de la carrera de Sociología con un presente que se nos aparecía, en ese momento, complejo y desconcertante.

Mediados de la década de los ochenta fueron un momento confuso y difícil para muchos de quienes formábamos parte de la comunidad sociológica en la Facultad. Nos sentíamos como viajeros perdidos en medio de la incertidumbre, en una orilla desconocida y quizá peligrosa, desde la cual intuíamos que debíamos hablar desde otro sitio, con otras palabras. Atrás había quedado la efervescencia político-ideológica que acompañó el auge de las Ciencias Sociales a mediados de los setenta, un auge ligado también a las políticas sociales impulsadas por el Estado que generaron una demanda de profesionales y un mercado laboral promisorio; atrás había quedado el prestigio de la Sociología como carrera de vanguardia y el alto número de estudiantes inscritos en ella; atrás había quedado, también, la impronta del exilio latinoamericano, la narrativa de la sociología comprometida y la movilización estudiantil. El mundo experimentaba, desde inicios de la década de los ochenta, virajes económicos, sociales, políticos y culturales vertiginosos, al tiempo que en México también comenzaba a cambiar de manera profunda la relación entre Estado, economía y sociedad. El Estado se deslindaba de su compromiso histórico con la educación pública, los recortes limitaban la posibilidad de empleo, el embate contra las Ciencias Sociales era intenso y nosotros todavía no teníamos claro que no sólo el Estado podía ser una fuente de trabajo si teníamos una buena formación profesional. ¿Para qué estudiar Sociología si no vas a tener trabajo? era una pregunta frecuente y nosotros, rebasados por los cambios vertiginosos de los cuales todavía no teníamos conciencia de su profundidad, veíamos decrecer la matrícula en un entorno interno de atomización y desgaste.

Julia Flores recuerda:

Yo sentía que la sociología estaba relegada en muchos ámbitos. ¿Se había acabado la sociología, como muchos comentaban en la Facultad? ¿Dónde estaban las claves, los muros, los cimientos de nuestra disciplina? ¿Hacia dónde nos dirigíamos? Me preguntaba: ¿hacia dónde va nuestra disciplina en el mundo en general? ¿Y en México? ¿Cómo nos replanteamos nuestro quehacer?

Sin duda, había esfuerzos importantes para hacerse cargo del vacío en que nos encontrábamos. Ante la limitación de los grandes sistemas teóricos omnicomprensivos para explicar las transformaciones de la sociedad contemporánea, aparecían en el escenario cultural y académico internacional una pluralidad de formulaciones teóricas menos ambiciosas enfocadas en estudios específicos; nuevas temáticas y agendas de investigación surgían lejos ya de las ortodoxias teóricas. Por ejemplo, los debates modernidad-posmodernidad, las nuevas concepciones sobre identidad y subjetividades, los estudios culturales, la problemática de la cultura de masas, entre otros. En América Latina, el tema de la revolución como eje articulador de la discusión daba paso a temas como democracia, partidos políticos, transiciones, institucionalización del cambio, movimientos sociales, etc., aunque el peso del marxismo en la producción académica y editorial mexicana fuera todavía muy fuerte. En nuestra Facultad también se atisbaban visiones y perspectivas novedosas. Luis Aguilar recuperaba en una nueva lectura a Max Weber, José María Pérez Gay introducía en el posgrado a Norbert Elias, Hanna Arendt, Walter Benjamin y Carl Schmidtt; Fernando Castañeda discutía a Jürgen Habermas, y algunos otros profesores incursionábamos en la Teoría Critica e intuíamos la relevancia del cambio cultural a la luz de los nuevos procesos que estaban cambiando al mundo.

Sin embargo, recuerda Julia Isabel Flores,

no todos compartían esas inquietudes. Esos temas todavía se consideraban como algo totalmente exótico, poco ortodoxo, fuera de la disciplina, carentes de seriedad. Aparecían toda una serie de nuevas perspectivas de las que nosotros recuperábamos poco. No teníamos muchos asideros de hacia dónde ir, pero sí muchas inquietudes que no había manera de discutirlas o publicarlas. Me llamaba la atención que había otras muchas revistas en la Facultad, pero que no había suficientes espacios en donde publicaran los profesores de Sociología. Me preguntaba: ¿por qué hay revistas de otras disciplinas, como Relaciones Internacionales, o sobre América Latina? ¿Por qué de Sociología no tenemos nada? ¿A poco nunca hubo nada? Entonces pensé: a ver, regresémonos en nuestra tradición. Aquí tiene que haber habido algo. Yo quería recuperar el trabajo de aquellos que nos habían antecedido, de las tradiciones de investigación previas, y al mismo tiempo incorporar las nuevas inquietudes para saber hacia dónde iba nuestra disciplina. Tenemos toda la recuperación de nuestra tradición indígena, estamos recuperando movimientos sociales, estamos estudiando sectores específicos de la sociedad como es el caso de los obreros, pero me preocupaba que había temas que no aparecían. Por ejemplo: el tema de los jóvenes, y el problema del pensamiento político contemporáneo, y el problema del cambio cultural y de vida que estábamos viviendo, etc. Entonces, yo decía, bueno no hay que empezar de cero, sino recuperar lo que había, porque yo sentía que ahí estaban las bases de nuestra disciplina.

Y sí, sí había. En medio del polvo y de los viejos estantes, entre la maraña de papeles que desbordaban de anaqueles y carpetas, se encontraban algunos ejemplares de una revista de la cual Julia había oído hablar: Acta Sociológica , una revista fundada por el maestro Ricardo Pozas en el marco del Centro de Estudios del Desarrollo, a fines de los sesenta, en la que se publicaban esencialmente trabajos de los estudiantes, resultado de sus investigaciones empíricas, en un momento en el que existían pocas revistas en el ámbito de la Sociología: las más importantes eran la Revista Mexicana de Sociología , del IIS, y la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales , de la propia Facultad.Gustavo de la Vega rememora:

Acta Sociológica surge inspirada en el Acta Antropológica que se publicaba en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, en la cual el profesor Ricardo Pozas participó. El objetivo de los maestros Pozas era hacer de la investigación una de las vertientes de la profesionalización de la carrera, y también de la academia. En un inicio, no había profesores, porque eran profesores de otras carreras los que impartían las clases, abogados fundamentalmente y también antropólogos. Entonces, había que formar investigadores para el desarrollo de la propia carrera, pero también formar investigadores para el trabajo que se llamaba en esa época de “Sociología aplicada”. El seminario del profesor Pozas tenía esas dos direcciones; había profesores que trabajaban en el medio profesional y otros que estaban sólo en la academia. La función del seminario era dar una formación crítica y analítica, con un atributo más: tener cercanía con el objeto de estudio. En esa época las prácticas de campo eran desde el primer semestre y hasta el último; en todas las materias había la posibilidad de hacer práctica de campo. La vocación se confirmaba en el contacto con el objeto de estudio.

Acta Sociológica surgió, así, como una publicación dedicada a presentar trabajos realizados por los estudiantes, resultado del proceso de investigación alentado por el maestro Pozas con la finalidad de que los estudiantes conocieran y vivieran de cerca los problemas que aquejaban al país de cerca, realizando prácticas de campo que, como afirmaba en la presentación del primer número,

han sido planeadas como un complemento o aplicación de las clases teóricas en unos casos y, en otros, como una colaboración de los estudiantes en las investigaciones que emprende la Facultad a través de sus distintos Centros... Algunos de los estudios serán trabajos de un nivel descriptivo, pero otros ya son intentos, en términos sociológicos, de interpretar la realidad del país.

En palabras de la maestra Eréndira García:

Se trataba de investigaciones para las cuales se entraba en contacto con organizaciones obreras y campesinas, empresas descentralizadas, organismos oficiales y privados… El maestro Pozas estuvo interesado en conectarse con las empresas para que dieran cabida a estos trabajos, y con Secretarías de Estado para que también pudieran, tanto los profesores como los estudiantes, realizar sus investigaciones.

Al presentar el primer número de la revista, el profesor Pozas señalaba asimismo:

Los estudios tienen, además de sus objetivos altamente científicos o de aplicación práctica inmediata, una finalidad altamente pedagógica, ya que buscan, ante, preparar a los estudiantes en la investigación científica orientada a las ciencias políticas y sociales”. Erwin Stephan Otto recuerda: “En el trabajo de campo sacábamos a los estudiante a hacer las prácticas, y aunque todo era muy estructurado y organizado con una formalidad a veces muy excesiva, se trataba de resolver las propuestas teóricas en tanto análisis de procesos de la sociedad mexicana en particular y, sobre todo, de como preparábamos a los sociólogos para que se incorporaran en un mercado de trabajo en donde había plazas para sociólogos y esas plazas muchas estaban vinculadas al trabajo de campo.

Dado que el Centro de Estudios del Desarrollo trabajaba en áreas temáticas, los números de Acta Sociológica se correspondían con ellas. Así, por ejemplo, el primer número incluyó dos trabajos de la serie La ciudad: “San Isidro. Estudios de una zona marginal de la ciudad de México” y “la Vecindad. Investigación en la colonia Santa Julia”. El segundo número, referido a la Serie Promoción social, recogía también otra preocupación del profesor Pozas. En sus propias palabras,

la forma en que puede contribuir el sociólogo a la solución de los problemas sociales es doble: como investigador y como promotor. (En este último caso) su función es resolver los problemas sociales y humanos que se presenten mediante el análisis de los factores internos y externos que los determinen.

El tercer número recogió un estudio sobre explotación y dominio en el Valle del Mezquital; en el cuarto se publicaba un estudio sobre la obrera textil, realizado por una alumna finlandesa; el quinto, versaba la industria eléctrica y el nacionalismo revolucionario.

Pero Acta Sociológica en su primera etapa careció de continuidad. A lo largo de nueve años se publicaron sólo seis números, de manera intermitente, y dejó de aparecer en 1978, cuando el Centro de Estudios de Desarrollo, que dirigió desde su fundación Pozas, se fundió con el Departamento de Sociología. Y si bien fue parte importante de la tradición de la Sociología en la Facultad en la década de los setenta, “en los ochenta” –recuerda Julia Isabel Flores–:

esta tradición intelectual se estaba perdiendo. Es cierto que había algunos cuantos grupos que acompañaban a los maestros Pozas, pero eran como un lugar aparte. Acta Sociológica ya no se recuperó. Entonces fue cuando pensé: ¿por qué se dejó de escribir? Podían ser las vicisitudes de la vida académica –y más aun de las revistas y proyectos académicos, que nosotros sabemos que tienen una vida muy azarosa– o los cambios de director, o porque se acaba el presupuesto, o el profesor toma otro proyecto y a veces quedan esas cosas a la deriva. Entonces dije: bueno, deberíamos de hacer una revista que pueda en parte recoger esos temas pero también recoger los temas que nosotros nos estamos planteando. Vamos a recuperar esta tradición. No tiene caso hacer una cosa totalmente nueva: Hay que recuperar ese nombre, con nuevos contenidos. No tiene caso hacer otra revista. Además, por muy modernos que queramos ser, todas las modernidades tienen su tradición, así que vamos a recoger esto. Así fue como empezamos a plantear la idea de hacer Acta Sociológica.

Sentadas en su cubículo del Instituto de Investigaciones Jurídicas, y resonando en mi memoria las palabras que emanan de sus recuerdos, le pregunto: ¿Cómo fue el proceso de formación de Acta Sociológica ?

Yo había llegado de fuera a la Coordinación; entonces no era del equipo tradicional, un equipo muy consolidado. Cuando propongo la idea de trabajar Acta Sociológica, de hacer una nueva revista, no fue bien visto en principio, ni por la mayoría de los profesores, ni tampoco por el entonces coordinador. La idea no fue bien recibida por varias razones. En parte, porque los profesores de la Coordinación estaban como en otro tipo de problemas y cuestiones, tenían sus investigaciones. Algunas se dirigían a estudiar lo que estaba sucediendo con los pactos para la productividad. Por otro lado, se trabajaba movimientos sociales, se seguía analizando el 68 o algunos movimientos indígenas o campesinos. Otros profesores dedicaban su trabajo al movimiento obrero y a nuevos tipos de organización; por ejemplo, la federación de bienes y servicios o el sindicato telefónico. A mí lo que me preocupaba era: ¿cómo vemos nosotros la sociedad? ¿Para dónde va este país? Veníamos de crisis económicas, estábamos próximos a la caída del Muro de Berlín, aparecían nuevas perspectivas que no estábamos estudiando, y una buena parte de los profesores seguían dentro de una idea marxista de la enseñanza. Yo seguía preguntándome: ¿cómo le hacemos para tener una publicación? Entonces me decían, no estés inventando, no se puede, no hay presupuesto, no te metas en lo que no te toca coordinar, hasta que se me ocurrió un día ir a ver al director de la Facultad, el Doctor Carlos Sirvent, muy dispuesto a nuevas ideas. Me dijo: para cuando tú tengas listo el proyecto de Acta –tu sabes que hacer una revista se tarda mucho tiempo– yo ya no voy a estar en la dirección, y tampoco sé si la revista tendrá una buena acogida. Bueno, le respondí, ayúdeme con una cosa: déjeme todo el papel, que es lo caro del presupuesto; el costo de la impresión parece que es menor. Déjeme el papel, y si usted ya no está, tendremos el papel asignado. Así lo hizo. Me dejó todo el papel para dos números. Lo tuvimos guardado durante varios meses.

Pero no se trataba sólo de un asunto de papel. Julia Isabel Flores rememora:

Cuando ya recibí por fin la aprobación, me asusté porque había luchado tanto tiempo para que se hiciera, pero yo no tenía la menor idea de cómo hacer una revista. Mi padre, que durante mucho tiempo dirigió una imprenta y se dedicó a hacer libros, me remitió con Don Porfirio Loera y Chávez, dos hermanos de la imprenta de la editorial Libros de México, en avenida Coyoacán. Era una imprenta que había tenido mucha tradición en el medio intelectual y a la que muchas veces le pagaban con pintura las impresiones de los catálogos de Siqueiros, de Diego Rivera, etc. Don Porfirio Loera me enseñó a utilizar una regla de cuadratines, a medir los espacios, a conocer los símbolos para la corrección de un texto. Discutíamos el formato de la revista, porque yo tenía una cantidad limitada de papel y un presupuesto muy limitado, aunque luego conseguimos que la Coordinación, con Esperanza Tuñón, apoyara el segundo número. Pero en ese primer momento era estarle dando vueltas al formato para que se pudiera completar con el papel que ya teníamos, porque era con lo que contábamos. Al final decidimos un formato más pequeño que el que yo quería. Yo estaba enamorada desde siempre de la Revista de la Universidad Nacional, que siempre ha mantenido una gran calidad en sus portadas, muchas a cargo de Vicente Rojo; el papel, la impresión, su diseño maravilloso, etc. Era mi ideal, yo quería hacer algo así, pero obviamente no se podía por cuestiones de presupuesto. Yo, que me planteaba una revista muy elegante, con una impresión a color por lo menos en la portada. Obviamente, abandoné esas ideas pronto. También fui a ver diseñadores. En esa época había una revista muy hermosa de poesía que se llamaba “El ala del tigre”; yo quería ver quién hacía esas portadas, anduve viendo por todos lados, fui a la imprenta universitaria, anduve buscando a Vicente Quirarte, en fin, a ver quién nos podía diseñar la portada. Finalmente, la diseñó un discípulo de Vicente Rojo, que me dijo: “esto va a una tinta, no hay dinero”. A cada rato hacíamos presupuesto y no se completaba, hasta que no quedó de otra que hacerla en blanco y negro, sin color, con el papel que teníamos. La portada quedó a dos tintas: negro y naranja. También le pedí ayuda a varios artistas contemporáneos plásticos que yo conocía para que me prestaran sus dibujos para ilustrar los dos primeros números de la revista, a cambio de hacer una exposición de los dibujos con los que se ilustró Acta Sociológica. Así fue. Se hizo una exposición en el Museo Carrillo Gil de la obra de estos pintores, Guillermo Ceniceros y Gerardo Cantú, entre otros. Allí se hizo también la presentación del primer número de la revista. Me acuerdo mucho del diseño. Cuando por fin salió, yo estaba muy emocionada, y después me dicen: es horrible, parece una vieja revista cubana. A nadie le gustó el diseño, ni los colores, ni nada, pero no podíamos hacer impresión en varias tintas ni podía ser elegante. Pero ya muchos dijeron: bueno, si ya apareció la revista, yo quiero publicar. En ese momento no sabía qué iba a pasar; la Facultad estaba en proceso de elegir nuevo Director. Yo sólo tenía papel para otro número más. También me planteaba el tema de la periodicidad: ¿puedo hacer una revista trimestral o la podemos hacer semestral? La decisión dependía del presupuesto, no de los materiales, que comenzaron a llegar muchísimos. Yo dudaba entre hacer una revista temática, con artículos de muchos académicos dirigidos al mismo tema –ya que no había habido durante mucho tiempo un lugar de publicación– o tomar de todos los temas.

El primer número de la segunda etapa de Acta Sociológica apareció a fines de noviembre de 1987, en un momento que ya circulaban en el ámbito académico nuevas e importantes revistas de Sociología. “Estudios Sociológicos ”, del COLMEX, fundada en 1983, y “Sociológica , de la UAM-A”, fundada en 1986. Su temática era de enorme actualidad en ese momento: Universidad y Sociedad. El conflicto universitario de 1987 era muy reciente y la Universidad se encontraba en vías de la preparación del Congreso que se inauguró en enero del año siguiente. En su presentación, escribía Esperanza Tuñón: “Este esfuerzo se inscribe dentro de un extenso proyecto de estímulo al trabajo de investigación del personal académico de la coordinación. Proyecto que contempla la generación de varias alternativas (libros, cuadernos, antologías, boletines) que en su conjunto posibiliten la vinculación de la docencia con la investigación y la difusión, integrando plenamente a la comunidad estudiantil al trabajo que se desarrolla en Sociología”. Acta Sociológica tenía ya un formato de revista con distintas secciones, y este primer número incorporaba reflexiones de académicos de la Facultad, del Instituto de Investigaciones Sociales y de otras dependencias de la UNAM, así como entrevistas, traducciones y reseñas. El segundo número de la nueva etapa de Acta Sociológica apareció un año después, en octubre-diciembre de 1988, y se tituló “Los caminos de la crisis”, uno de los temas que en ese momento era crucial en el análisis de las Ciencias Sociales en México, conservando el formato anterior. Y luego… nuevamente el silencio rodeó a Acta Sociológica durante todo el año 1989, hasta que un profesor de la Coordinación de Sociología, que había apoyado entusiastamente el relanzamiento de Acta Sociológica,

un profesor muy inteligente, muy culto, muy bien preparado, muy buen maestro, muy interesado, al que yo quiero rendirle aquí en estas palabras un homenaje, no sólo en agradecimiento sino de amistad a su memoria, César Delgado dijo: “yo me hago cargo de Acta Sociológica”. Yo tenía miedo, todo el tiempo tuve miedo, no por César, por supuesto, sino desde que empezó la revista. Yo tenía miedo de que eso en cualquier momento fuera a desaparecer como pasa muchas veces con los nuevos proyectos. No quería que fuera una revista que saliera con sólo dos números, o tres, y luego volviera a desaparecer al momento en que se nos acabó el papel y la tinta o la impresión, o ya no tenemos dinero y se acabó. Que no fuera así fue mérito de César Delgado, más que mío. César trabajó incansablemente. De hecho, aunque a mí me tocó fundar la revista, yo casi que el fundador fue él, porque fue el que acabó dándole vida. Tuvo la sabiduría de darle la continuidad, encontró el tipo de revista exacto, el tipo de publicación que tenía que ser, la temporalidad, la composición, él se encargó de todo eso”.

Alejandro Labrador recuerda:

al principio todo era muy provisional. Después, formó un equipo editorial, sacó unos números con colores pastel, procuró que la revista cobrara lustre con traducciones de autores de talla internacional, como Octavio Ianni, por ejemplo. Don Pablo González Casanova nos dio un trabajo de él. Se publicaron autores que le dieron importancia a la revista, así como artículos de colegas de la Facultad y de otras instituciones.

Acta Sociológica llenó, así, un vacío de reflexión, difusión, comunicación y debate en el campo de la Sociología en nuestra Facultad. Hoy es una revista institucionalizada y parte ya de la tradición de nuestra comunidad y de su presente. En aquel cubículo entonces polvoso y abandonado en el que Julia buscó algún indicio de continuidad con el pasado, se ubican hoy sus oficinas. Nada queda de aquellos anaqueles desordenados, de aquellos papeles viejos en cajas de cartón, de aquellas carpetas rotas conteniendo fichas de trabajos de campo. Nada queda de una cierta modalidad de realizar un quehacer sociológico, salvo quizá, una máquina de escribir conservada como materialidad de la memoria. Lanzarla fue en su momento una aventura, un riesgo, un experimento. Que su fortaleza hoy no diluya nuestra capacidad de correr riesgos.

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Published on 31/03/17

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